lunes, 28 de mayo de 2007

Gnomos Celestinos


En vez de partir donde debía me alejé a un parque encantado. Encerraba los más oscuros secretos, a sólo unos metros de la capital y dentro de ella.

Estábamos sólo el parque y yo, en una mañana en un tiempo perdido, en algún lugar perdido que recuerdo claramente [sí, casi una contradicción]. Mientras caminaba visualicé un portal subterráneo: vi los sueños y esperanzas, amores y desamores, aquél hombre descansando y aquella pareja revolcándose, besando sus bocas llenas de tierra, como si fuera la última noche en la vida.

Los gnomos sabían los secretos, por ello permanecían escondidos.

Dentro de las plantas reptantes, yacían sueños, frustrados y cumplidos, pero eran sueños por igual. Algunos de amor, otros de destrucción, otros de codicia, otros de deseo, otros simplemente de una mejor hermandad entre congéneres.

Encontré un puente, curvado como un jorobadito, solitario como un vagabundo. Al estar en la cima sentí el mal olor y lo feo del terreno no-secreto, pero era algo inferior contra la libertad de estar solo en aquel escondite visible.

No recuerdo cuantas veces habré tocado esa superficie ni recuerdo cuantos saltos habré dado gritando como un desesperado... O cuantas veces habré depositado mis sueños junto a los ajenos.

Lo único de lo cual tengo certeza es que estaba en paz, no sentía la necesidad de alimentar mi cuerpo ni de sacrificarlo en esfuerzo para ello; que las palomas que vi estaban calmas; que aquél anciano sentía su vida muy bien lograda, y que aquella flor de metal, en un mundo de metal, era en memoria de todo el rencor que alguna vez fue dejado atrás, en aquél parque encantado.

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